jueves, 26 de junio de 2014

Compendio del libro "Bésame Mucho", escrito por Carlos González



Resumen

     En el presente trabajo se precisará con mucho entusiasmo y de manera bastante concreta, lo pertinente en la tesis planteada por Carlos González, en su libro “Bésame Mucho”. Será un sano juicio dentro del mismo que se disputa en la obra antes mencionada, se presentarán ideas puntuales para explicar muchos de los aportes que muestra su autor. Este ensayo recopila las palabras de González, las revisa, examina, discrimina y luego, conforme a los resultados, se desarrolla una opinión creada por Oswaldo Acosta. Este “compendio”, como se ha llamado, pretende observar la problemática, sus involucrados, fenómenos, y la forma en la que el autor la aborda, de manera que los argumentos aquí expuestos se manejen con total versatilidad.

Introducción

     Lo que se podrá apreciar a continuación es un desarrollo preciso y concreto de los tópicos expuestos en el libro “Bésame Mucho”, cuyo autor es Carlos González. Se abordará lo más trascendente en cuestión, incluyendo su metodología y la capacidad con la cual determine, a lo largo de su obra, puntos específicos. Así mismo, este ensayo, estará dotado de una fuerte crítica, no porque ese sea su propósito en sí, sino por pequeñas fisuras en el planteamiento teórico de su autor, reconociendo a su vez que el trabajo, en líneas generales, es merecedor de una mención honorífica, cada gota de sudor está impregnada en todos y cada uno de los capítulos, siendo capaz de refutar a intelectuales de primera mano y tan fundamentales en la psicología del siglo XX como lo fueron Skinner y el propio Freud, sin quitarle mérito a los otros autores que cita a lo largo del libro.

     Carlos González desempeña una labor defensiva y heroica, siendo los niños los primeros beneficiados. Lo bello de este trabajo es que rememora la naturaleza del ser humano, dejada a un lado en cierta medida en lo referente a la crianza en la actualidad (y desde hace varios siglos). Le hace ver al lector cómo era la convivencia de sus antepasados, para que se dé cuenta de que los actos de estos últimos eran por mero instinto, nada más y nada menos que el de supervivencia, que si perduró fue precisamente porque les fue útil para que siguieran evolucionando y llegar hasta el hombre de hoy.

     Esta obra es tenaz, pero puede ser llevada con buen sabor de boca, lo que intenta no es juzgar y mandar a la horca a un fulano, sino, más bien, alzar la voz en pro de una “puericultura ética”, quizás porque se quiera extinguir de manera “sutil” el amor que debe estar inmenso dentro de la misma crianza, el vínculo natural de un bebé y su madre, el afecto, tan imprescindible para que un ser humano desarrolle una plena empatía.



     Pues bien, esto es una pequeña dosis de la diversidad de temas que toca Carlos González, por tanto, no queda más que irnos de lleno al meollo del asunto.



Metodología, crítica, virtudes, planteamiento del problema y otras consideraciones

     Carlos González... ¡Qué maravilloso padre! Sorprende el excelente trabajo recopilatorio y crítico necesario para parir, por utilizar un término bastante preciso, su obra “Bésame Mucho”, simplemente rompe una cantidad enorme de estándares impuestos por la especie humana, en el afán de “refinar” su propia naturaleza... Más allá de lo que pueda acotar a favor o en contra, se debe reconocer el honorable esfuerzo que ha realizado, impulsado por un amor puro y paternal, aun sabiendo que desde afuera pudo haber escuchado muchas contrariedades, pero prevaleció lo que es, ese gigante lazo que desde siempre ha unido a todas las civilizaciones, desde los tiempos más remotos.


     “Bésame Mucho” es un escudo y una espada, encarna la valentía de un hombre que fue incapaz de aceptar cómo la irracionalidad –o la racionalidad, no se sabe– pudo llevar, hasta la actualidad (pleno siglo XXI), el deseo de hombres controladores y calculadores que en realidad sólo han querido individuos dóciles, que se les sometan. Se podría decir, hablando a partir de “La dialéctica del amo y el esclavo” de Hegel, que este deseo de sometimiento forma parte de la misma historia del hombre, es irrevocable y ha estado presente desde su génesis, pero siendo mayormente dirigido hacia su imagen, el adulto... ¿Cómo es posible entonces que un adulto piense de esta manera frente a un niño, que ya de por sí tiene una madurez emocional y orgánica inferior? Pues fácil, este bebé algún día también será un adulto... Más vale moldearlo según lo que le convenga. Este pensamiento no viene de cualquier padre en común, se trata de modelos bien elaborados por mandatarios y sistemas de gobiernos arcaicos o no, con el fin de desear el deseo del otro, y ese deseo, es, precisamente, que se me someta mi igual. Con esto no justifico para nada que la puericultura moderna ofrezca un pobre contacto maternal-familiar, sino que explicito algo que tal vez ignoró, en cierta medida, Carlos González, y es recordar que dentro del cobijo y el amor, también, a lo largo de la historia, ha habido variaciones de imposición, naturales de cualquier especie, y que exactamente eso lucha ferozmente con el mismo calor humano, se trata de la hostilidad.


     En las anteriores líneas sólo quería dar un breve repaso sobre cierto tópico que Carlos no le explicó a su lector, y seguramente no porque no quisiera, sino que el objetivo de su libro era quitar esas lagañas que le impedían a esta sociedad moderna –hablando de unos siglos para acá– ver el error que estaban cometiendo, alejándose cada vez más de lo esencial y bonito, el calor, el contacto humano. Si no se toma en cuenta la importancia del párrafo anterior, el lector que promulgue y rectifique lo que Carlos acusa se sentirá cual basura detestable, puesto que está llevando a la praxis algo de lo que se ha dado cuenta está verdaderamente mal... ¿Cuál será la reacción de uno de estos lectores? Sólo digo que también merecía la pena dedicarle unas líneas a este posible.


     Este libro toca un tema muy delicado como lo es la crianza y la maternidad, repasa específicamente tantos de los gozos y adversidades que vive un niño, la verdad es que es un trabajo bastante completo, la lucidez con la que su autor desarrolla cada uno de los tópicos es incomparable, su sustento es envidiable, merece la pena decir que es profesional con todas sus letras, al igual que un padre enfadado, ¡y con razón! Carlos proporciona una gama de herramientas que al parecer una mayoría había olvidado, o un cúmulo de persona deseaba que se olvidase... Lo cierto es que las aporta, y vaya que son totalmente naturales, no me atrevería a decir “lógicas” ni “razonables” porque en un momento consideré hasta absurdo la realización de tanto estudio experimental para demostrar algo que ya de por sí ha sido lo normal en lo que se refiere la supervivencia humana (como muy bien Carlos lo explica a lo largo del libro), sí, hablo del colecho. Tiene todo el sentido del mundo... Un bebé necesita a su madre cerca, para que lo proteja, para que lo mime, para que lo alimente. El mismo Diego el Cigala dice en una canción titulada “Hubo un lugar” la siguiente frase: “a los niños, antes de darle leche dale cariño, dale cariño”.


     Carlos da vuelta a muchas teorías que precisan cosas como que el exceso de afectividad pueda provocar dependencia o un posible no desprendimiento de la madre en edades adultas, incluso con consecuencias que sus defensores consideran terroríficas, pero, la verdad, nada comprobables, o al menos refutables, que es lo que él mismo hace.


     Primeramente pensé en que era demasiada la insistencia y el énfasis en cosas como confirmar y reconfirmar que en realidad lo verdaderamente bueno es tomar al bebé en tus brazos y darle todo el cariño que necesite, que lo que muchos profesionales desde hace décadas dicen es totalmente absurdo, pues privarlo de su necesidad afectiva simplemente no tiene sentido. Que usara metáforas incluyendo adultos la verdad se agradece bastante, es una misma bofetada metafórica para quien lo lee y comparta esta postura de la distancia y “la educación para el respeto”, pero en cierto punto cansan sus argumentos, quizás exagera en verificar hasta el cansancio una cosa, es entendible, ya que justa y paralelamente lo hace porque hay numerosos planteamientos que apoyan y fomentan tal práctica, pero eso, al mismo tiempo, puede generar una reacción de cansancio al lector... Lo saturas con la misma información dicha con otras palabras y refutando la misma base de ideas pero con otros autores, la verdad es tedioso. Era como si a lo largo de su libro te fuera contando la misma película pero con diferentes actores, añadiendo tal vez una que otra escena más.


     Este creo que es uno de sus puntos más débiles, el intentar repasar de manera exaltada una y otra vez cada punto, pero por cada punto una explicación multiplicada por diez dando el mismo resultado.


     Lo positivo es que no deja cabo suelto, cada detalle fue pulido a medida para que en su presentación estuviera impecable dando paso a que se genere un fenómeno en el cual es muy difícil contradecirlo, podrás encontrar pequeños fallos, pero no en su contenido, sino en la manera en la que los plantea y aborda, eso es lo que aquí escribo, mi desacuerdo principal es un notable desespero por decirle a todos en su cara: “¿A QUE LO ESTABAMOS HACIENDO MAL?” Esa frase le quedaría de perla.


     Además, es menester agregar, que le habla a todo mundo, no ya a padres, o madres embarazadas, sino a todos en general, es por ello que se encontrarán capítulos como: “por qué no quieren quedarse solos”, “por qué lloran en cuanto dejas la habitación”, “por qué no quieren dormir solos”, etc... Este tipo de capítulos evidentemente se dirigen principalmente a padres, pero no sólo eso, de igual manera les sirve a los que no lo son (jóvenes, por ejemplo) para poder entender esa situación desde fuera, o incluso comprender qué pasaba consigo y mamá. Es bastante agradable que tenga esa consideración, este no es un libro para padres, es un libro para cualquiera, incluso para los que no decidan serlo, o los que ya no lo fueron.


     La tolerancia debe estar a tope, no se comerán sólo flores en esas líneas, al contrario, es precisamente de la “peste” que Carlos pretende sacar al lector, por eso directamente cita a quien deba citar, a todo responsable de lo que considera es injusto para los niños, que los excluye o culpabiliza de cosas que el mismo adulto ha provocado, en ese sentido es un justiciero, aboga por ellos, con garras, el jurado es el lector, el juicio es la sociedad, y la defensa la pone él... Un hueso duro de roer ¿No? Bueno, por todo esto deben pasar sus lectores, con una seriedad impenetrable que no admite ni una carcajada en 273 páginas, nada que ver, en él se está debatiendo el pasado, presente y futuro de la educación humana, principalmente la crianza.


     Un punto importante que no se debe pasar por alto son las analogías que presenta el autor para certificar, con mayor fuerza, su teoría... Explica, en ejemplos, cómo actuaríamos ante determinada situación si se suplantara a el niño por una mujer, o “su esposa”, lea a continuación la siguiente cita: “Imagine que su marido se presenta en casa una tarde con una mujer más joven: «Querida, te presento a Laura, mi segunda esposa. Espero que seáis amigas. Como es nueva y se siente extraña, le tendré que dedicar mucho tiempo, espero que tú, que eres mayor, sabrás portarte bien y ayudar más en casa, Ella dormirá en mi habitación, para que me sea más fácil cuidarla, y tú tendrás una habitación para ti sólita, porque ya eres grande. ¿A que estás contenta de tener tu propia habitación? Ah, y compartirás con ella tus joyas, claro. » ¿No estaría usted un poquito celosa?”. Esta analogía podría rayar en lo absurdo... Intentaba explicar cómo se sentiría un hermano mayor al saber que tendrá un hermanito, más específicamente cuando éste ha nacido... Son situaciones totalmente distintas, es verdad que Carlos apelaría a decir que un niño podría verlo tal cual una infidelidad para un adulto, pero aun así no es coherente utilizar este tipo de comparaciones, primero por lo que he expuesto anteriormente y segundo porque sería bastante difícil que cale en el público.


     Este tipo de metáforas en la que sustituye sujetos (los niños) se ven muy frecuentemente en su exposición de ideas, bien sea que utilice a “la esposa”, un adolescente, o simplemente cualquier adulto.


     Hay algo bastante interesante en lo que hace hincapié, y es cómo vemos tan “normal” el hecho de que los niños se peleen en la escuela, tal cual si fuera una tontería, incluso para los profesores, que muchas veces ni comunican a los padres lo que ha pasado en la institución, aunque también ocurre que los padres no asistan simplemente porque lo ven como algo “pasajero”, como si Pedrito no fuera a ver a Raúl (su víctima o atacante) todos los días restantes del año escolar… Describe a la sociedad como extremadamente permisiva con la violencia escolar, y esto, cómo no, ha brotado, como se ve hoy en día, una cantidad increíble del famoso “acoso escolar” o bullying, habría que evaluar si esto –la indiferencia por parte de los adultos– conjunto con el aprendizaje vicario son la causa fundamental de que niños y jóvenes hayan apelado hasta el suicidio cuando ya llegan a un punto de saturación.


     Otro aspecto resaltante de su metodología es el uso considerable de citas para poder desmentir, criticar o explicar ciertos tópicos, son bastante precisas y muy útiles, sumerge al lector en experiencias cotidianas, de otros estudiosos, de niños, madres, padres e incluso del mismo Carlos, bien lo deja ver cuando cuenta su percance con la maestra a su corta edad, una marca incomprensible para él en ese momento, qué hubiese sido de Carlos sin ese inconveniente... O el de su padre, que le ofreció su perdón, conmoviéndolo. Lo cierto es que no todo es disgusto, lo que sucede en “Bésame mucho” es una enseñanza bastante linda, cargada de mucha emocionalidad por parte de su autor, él mismo fue/es hijo, él mismo es padre.


     La crítica dada “no tiene temores por nombres”, ¿Por qué? Pues nada más y nada menos que desarticula planteamientos de hombres de la calidad intelectual de Freud, o de “innovadores” como Skinner... Sí que es duro, y tal como son planteadas no hay duda de que estos dos mencionados verdaderamente se equivocan, pero preocupa que quizás, y sólo quizás, Carlos hubiera sacado de contexto a alguno de ellos, o se hubiese limitado muy específicamente a un punto en particular (sobre todo con Freud), pero haciendo uso de una exquisitez que podría dejar boquiabierto a cualquier intelectual, esta batalla por la defensa justa de los niños no admite excusas, y es que a lo sumo lo que causa que sus planteamientos venzan es la misma caída de los otros, y entre más pesados, mejor para él (o para los niños).


     Si el caso fuera “Bésame mucho”, y mi persona jurado, votaría por los niños, es que no queda de otra, demasiada solidez argumentativa, esto no es un capricho, no es rebeldía, no es un intento de ganar fama, no es poner en boga otra forma de educar, se trata de algo intrínseco, majestuoso, avasallante y sin límites; el amor. Su autor lo tuvo claro, todo el tiempo, cada grano de arena que desciende del reloj desde su comienzo hasta el final es sólo algo en extremo positivo, pero tan positivo, que aun siendo extremo (como bien explica con diferentes metáforas) no es perjudicial, increíble... Hay que pararse y aplaudir tal calidad de razonamiento que apuesta no precisamente por el raciocinio, sino por lo genético, por lo involuntario, por lo que se hace para bien aunque no se sepa, como la madre conejo que: “(…) pasa el mayor tiempo posible a unos metros de distancia de la madriguera para no atraer a los lobos con su olor (el olor de las crías es mucho más débil que el de la madre)”. Es una bella paradoja, hizo falta que alguien tuviese que utilizar su raciocinio para recordar lo que cualquier otro animal hace porque así está obligado a hacerlo, y no puede hacerlo de otra forma que no sea en pro de supervivencia... Es sencillamente hermoso.


     Ojalá y se sigan imprimiendo ediciones de esta maravillosa obra, incluso que en ellas su autor agregue otros aportes más, imaginen cuánto perdurará su contenido, siendo ya ancestral. Al puro estilo de Carlos cerraré con una frase de su libro: “(…) Esa madre no tenía cultura, ni religión, ni conocía los conceptos de «bien», «caridad», «deber» o «justicia»; no cuidaba a su hijo porque pensaba que ésa era su obligación, ni porque temía a la cárcel o al infierno. Simplemente, el llanto del niño desencadenaba en ella un impulso fuerte, irresistible, de acudir y acallarlo (…)”.

Conclusión

     El desenlace de esta bonita experiencia ha sido, en forma paradójica, un enlace... ¿Con qué? Pues con el futuro, las venideras generaciones… El mensaje está claro, la cuestión es hacerlo llegar a la mayor cantidad de personas posibles, sólo se necesitan unas cuantas palabras acompañadas de un término fundamental; el afecto. No es una lucha, sino más bien un acompañamiento, nada más bello que reconsiderar qué se está haciendo para criar a los niños de las próximas dos décadas, quienes serán los vigorosos jóvenes, rebeldes por naturaleza, pero quizás impregnados de una distancia emocional promovida por profesionales de diversos ámbitos.

     Parece complejo, pero es una simple cuestión de reciprocidad, es lapidario pero sencillo; lo que se le dé a los niños, los niños darán a la sociedad.