domingo, 1 de mayo de 2016

Demolición y creación

No puedo más que comenzar este compendio citando uno de los trescientos cincuenta aforismos que se encuentran en El Viajero y su Sombra (1879), para denotar que, “profanaré”, con perdón de Nietzsche, una de sus obras, la cual es la mencionada anteriormente y unida a Opiniones y sentencias es la última parte de Humano, demasiado humano. Prosigo:
“17. El que da de un pasaje de un autor una explicación más profunda que la concepción no explica al autor, lo oscurece (…) Pues para demostrar sus profundas explicaciones comienzan por deformar el texto, es decir, por corromperle.” [1]

Tomando esto en cuenta debo destacar que precisamente mi intención en estas líneas será otra; no más que hacer ciertas asociaciones entre el psicoanálisis y distintos conceptos que atraviesan la filosofía nietzscheana; la moral, la racionalidad, la verdad, el bien y el mal... Y, ya desde el psicoanálisis; el significante, el Discurso del Amo, el Discurso del Analista, el Otro, lo inconsciente, etc.
Habiendo precisado estos puntos daré comienzo a lo que aquí concierne.

Algunas consideraciones sobre el psicoanálisis

El psicoanálisis es la praxis de la subjetividad. El caso por caso dicho por Freud no es simplemente una proposición y un accionar del proceso analítico; es una sublevación contra cualquier intento de objetividad o establecimiento de patrones para el abordaje en la clínica. Implica un imposible de generalizaciones para con el paciente, esto es; no hay instrumento alguno, todo-pasa-por-la-palabra. La palabra comporta esa particularidad del sujeto-del-lenguaje. ¿Qué se quiere decir con esto? Que no hay “hombre” sin lenguaje, el sujeto es del lenguaje porque es El Hablado, ni siquiera el que habla. Es decir, el sujeto está precedido por un lenguaje, y no cualquiera, sino el que le otorga el Otro. “El hombre es hombre porque el símbolo lo ha hecho hombre”. [2] 

El significante —la palabra— contiene significaciones exclusivamente únicas del parlanchín que las pronuncia; por ejemplo, un paciente que manifieste tener una “comodidad económica” podría presumirse que lo que está significando es que según su historia —y en comparación con su entorno— actualmente siente un bienestar en cuanto a ciertas “necesidades” están satisfechas. Pero, ¿qué significa tener una “comodidad económica”? ¿Es siquiera posible establecer un parámetro que dictamine que según ciertas facilidades y posesiones que dispongas estarías “cómodo económicamente”? Muy bien, esa “comodidad económica” puede significar que el paciente tenga ya 3 meses continuos de labores remuneradas y que a diferencia de sus antiguos trabajos no ha sido despedido. Más aun; con todas las derivaciones que se puedan formular a partir de esta afirmación –hecha por el paciente– lo “pertinente”, si se quiere, sería preguntarse a qué está apuntando esto. Pero el saber no lo tiene el analista. Precisamente: recae de lleno sobre el analizante, de forma que es “su” discurso; recordemos que “el fundamento mismo del discurso interhumano es el mal-entendido” [3]. Además, cualquier consideración acerca de lo dicho vendría por deseo del analizante. Mencionamos el sentir, lo que inmediatamente nos permite remitirnos a una singularidad, que irremediablemente no se puede estandarizar, reducirla a números o cuantificarla; es en este proceso donde la subjetividad se pierde en pro de imponer un conglomerado de características que pretendan universalizar criterios que abalen un cuadro clínico, dicho de otro modo: encajonar a un sujeto en un diagnóstico donde ya no sea él, sino el diagnóstico –que pasa no por el saber del paciente, sino del clínico- y posteriormente ser tratado en virtud de dicho señalamiento.

En psicoanálisis se habla. No hay nada preestablecido. El pa(de)ciente es quien se enrumba en una dialéctica de lo propio-reprimido, se va develando conforme articula esas cuestiones ásperas o repetitivas de su vida. Pero sobre todo es en los fallidos, los lapsus, los chistes y en los sueños de donde se sustraen las mayores y más significativas elaboraciones. Significativas, en tanto que con ellas se irá desmantelando todo un sistema —sintomático— creado para tapar la angustia.

Cuando digo que no hay nada preestablecido me refiero también a que no hay un tiempo estipulado para el proceso analítico, por lo que debo acotar que estas articulaciones o elaboraciones que he mencionado se darán —o no— distintamente en cada caso. Lo siguiente podría ilustrarnos un poco en cuanto a este último tópico: “La experiencia nos ha enseñado que la terapia psicoanalítica, o sea, el librar a un ser humano de sus síntomas neuróticos, de sus inhibiciones y anormalidades de carácter, es un trabajo largo. Por eso desde el comienzo mismo se emprendieron intentos de abreviar la duración de los análisis. Tales empeños no necesitaban ser justificados; podían invocar los móviles más razonables y acordes al fin. Pero es probable que obrara en ellos todavía un resto de aquel impaciente menosprecio con que en un periodo anterior de la medicina se abordaban las neurosis, como unos resultados ociosos de daños invisibles. (…)”.[4]

En fin, sobre la transferencia hay que mencionar que primeramente denotará un gran impedimento del proceso analítico —vía resistencia—, pero que, aun así, ésta es la más poderosa palanca del éxito”. [5] Al principio del tratamiento, el analizante no habla de él al analista. Después comienza a hablar de él pero no al analista. Finalmente, habla de él al analista y ahí podría decirse que hay un final de análisis".[6]

Parirte en las palabras

La poesía es la máxima expresión de la estética del verbo, es, etimológicamente hablando, hacer. Con el discurso poético nietzscheano se articulan hondas cuestiones de la existencia humana. El psicoanálisis hace lo propio en su dispositivo y también goza de un discurso. La obra “El Viajero y su Sombra” dispone de un diálogo inicial y final excepcionales por su contenido tan demoledor: implican un espacio para el hablar con la eterna sombra que “ha estado detrás” del hombre desde sus orígenes. El vuelo poético de hacer con la falta es una creación que sólo da cabida para un cuerpo.

Nota: los diálogos aparecen en la introducción y el final de la obra El Viajero y su Sombra (1879) de Friedrich Nietzsche.

El martillo nietzscheano.
Si entre líneas algo se puede leer en Nietzsche es cómo un gran Amo, llamado Cristianismo, ha imperado incesantemente en el hombre de la cultura occidental, ¿de qué forma? Ha intentado suprimir lo visceral; la figura de Dios ha sido el padre que somete por excelencia a los hombres que se entregan a la fantasía que pretende hacernos no-castrados, en pocas palabras; la que nos ofrece una vida posterior en un paraíso celestial, al costo de, paradójicamente, mutilarnos; es chistoso, para gozar de la eternidad tienes que dejar de ser.

La invención de Dios “resuelve” el problema de “La Verdad”, en tanto que todas las preguntas pueden ser respondidas, de hecho, no hay preguntas, la voluntad de Dios es incuestionable. Ese gigante otorga su gracia y con ella nos regocijamos, él nos indica, nos traza, en fin, con él nos dirigimos... Todo esto se puede tomar como ilustración para hilarlo con palabras más simples: el bien y el mal. De estas dos palabras se desglosan un sinnúmero de significantes que determinan el posicionamiento subjetivo de una persona: Lo Bueno es la alabanza, la obediencia, el martirio, el perdón, amar al prójimo. Ser en tanto sirvo; dame los mapas y yo seré tu esclavo. ¡Cuánta mentira! ¿Cómo se puede amar al prójimo cuando le otorgo mi vida a un Amo a cambio de su Gran Luz?
“La Completud” y “Lo Uno” imposibilitan al ser... Lo convierten en el sujeto-a-LA-palabra. Incluso, ¿cómo se puede hablar de libre albedrío cuando Dios intercede en los asuntos de los mortales? Esto es lo que se expresa a través de las siguientes y populares exclamaciones: “¡ha sido la voluntad de Dios!”, “¡Dios así lo quiso!”, “¡Dios siempre sabe lo que hace!” ¿Entonces quedas absuelto del hecho? ¡Vaya! Si bien ya no eres responsable de tu vida ahora tampoco lo eres de tus acciones. Y más allá de todo esto, cómo se puede ser libre cuando ya tu cuerpo está encadenado al deber, a cumplir, a la obediencia, al silencio. Si no se habla, la voz se pierde. Entre tanto ¿dónde está la singularidad? ¡Qué atrevida pregunta!

Las pasiones han sido laceradas, lo propio no ha tenido lugar. Pero es que lo subjetivo comporta quitarse el beneficio de la cómoda ignorancia, es decir, no saber es bastante fácil; hay un goce en la alienación. Eximirse de la creación entiéndase como único acto de la singularidad corresponde estar al servicio de una figura directriz, es este el gran tapón de lo Real, entregarse al Amo para que te “llene” de sentido, vertiendo sobre ti su saber que te “completa”. Palabras más, palabras menos: “El hombre olvida al ser para consagrarse al dominio de los entes” [8]. Heidegger lo tenía claro.

Ahora bien, toda esta cuestión moral-religiosa que se ha mencionado parafraseando un poco a Nietzsche sirve para metaforizar el Discurso del Amo propuesto por Lacan, el cual consta de cuatro términos y cuatro lugares: primeramente, en el lugar de “agente” se encuentra el significante amo (S1) por encima del sujeto barrado ($) que tiene el lugar de “verdad”. Luego está el saber (S2) ocupando el lugar de “Otro”, sobre el objeto (a) que tiene el lugar de la producción. Más claramente se expresa así: 


Lo que queda entonces es que los significantes amos S1 le imponen un saber y dirigen un discurso al otro S2, debajo de esto está un sujeto tachado o barrado $ y finalmente un efecto, un “plus de goce”, objeto (a).

Sigamos; los significantes vienen dados por el gran Otro, figuras parentales, Dios, Estado, Sociedad al cual Lacan denomina como A, y la función de éstos es taponar la falta del sujeto barrado $, es decir, el atravesado por el lenguaje; los significantes amos están por encima del sujeto barrado en tanto que ellos lo representan.

Ante todo esto, el $, que puede ser denotado como “inconsciente sujeto” ocupa el lugar de la verdad, que por excelencia es lo inconsciente descubierto por Freud; éste no miente y aparece en cualquier momento para romper con S1 por medio de sueños, chistes, lapsus, equívocos, etc. Luego, por otro lado se tiene a S2 que se puede nominar como “inconsciente saber”, este es el de la asociación libre, el que se pone a trabajar, el que empieza a producir un saber alrededor del lapsus, y se encarga de reordenar estos S1” [9]. Finalmente se tiene que el objeto (a) es lo que “cae”, lo que “resta” de la operación, por ello se ubica en el lugar de la producción. Es en este último en el cual se encontrará “algo” de lo Real.

Me serviré de un aforismo nietzscheano para ilustrar el lugar de la “verdad” -vía onírica- del sujeto barrado. Parece protoanalítico:

194. El ensueño. — Nuestros ensueños son (en el caso excepcional en que se prosigan y acaben, pues, por lo general son una chapucería) encadenamientos simbólicos de escenas y de imágenes en sustitución de un lenguaje poético narrativo. Modifican los acontecimientos, las condiciones y las esperanzas de nuestra vida con una audacia y una previsión poética que nos asombran siempre por la mañana, cuando los recordamos. Prodigamos demasiado nuestro sentimiento artístico durante nuestro sueño, y por esta causa nos sentimos tan desprovistos de él durante la vigilia. [10]
Precisamente de los sueños es que el psicoanálisis se sirve, sabemos que son “la vía regia para llegar al inconsciente”, justamente en ellos es donde lo Real mediante la angustia empuja y se rompen las censuras, incluso con éstos y a través de la elaboración se pueden encontrar grandes contenidos significativos para un proceso analítico. En el sueño retorna lo reprimido, por tanto con él se puede bordear lo Real del invento lacaniano llamado objeto (a). Lo que se hace en un análisis es totalmente la inversa del Discurso del Amo, se llama el Discurso del Analista y se expresa así: 







Es con este discurso que se trabaja en un dispositivo analítico, de manera que subvierte al del Amo y se explica de la siguiente forma: El analista debe ubicarse en el lugar del objeto a, el agente real de la cura para inducir desde allí la producción de significantes amos por parte del analizante. El analista dirige la cura, no dirige al analizante; por eso, cuando interpreta durante la sesión, lo hace desde la perspectiva del objeto a, no de lo que cuenta el analizante. Con frecuencia guarda silencio, lo cual permite al analizante producir nuevos significantes y crea la oportunidad para que el sujeto del inconsciente se manifieste. También puede decidir acortar el tiempo de sesión, como medio para escandir el habla del analizante. Pero, ante todo, el analista está allí para empujar al analizante a hablar, alentándolo a asociar libremente y contrarrestar así la represión y la censura. En último término, lo que está en juego en la posición del analista es la transformación de su conocimiento teórico en herramienta que trabaja en el registro de la verdad del sujeto. Por efecto transferencial el analista es para el analizante el "sujeto supuesto saber”, y el objeto de sus fantasías y deseos. Desde la posición del objeto a el analista va a interpelar al otro como $, como sujeto en falta, sujeto dividido, de quien se espera que produzca los significantes amo, S1, en los que su verdad se encuentra alienada”. [11]

           Revisar la obra de Nietzsche permite dar cuenta de la apuesta que hace por la singularidad y el valor que da a las propias pasiones, que, en definitiva, son las que están íntimamente ligadas a una verdad; la singular. “crear, ésa es la gran redención del sufrimiento, así es como se vuelve ligera la vida”. [12]

El viajero camina y con él lleva su sombra, su fantasma... Sabe que se ha construido en base a palabras, y que con esas mismas palabras es que puede entablar un diálogo. El Viajero y su Sombra es la expresión del sujeto-falta.

Referencias

[1] Nietzsche, F. El viajero y su sombra (1879). Fontana, 2013.
[2] Lacan, J. Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis (1953-1956), Escritos I  Siglo XXI, México, 1976.
[3] Lacan, J. El Seminario 3 Las Psicosis (1955-1956). Paidós, 2014.
[4] Freud, S. Obras completas. Vol. XXIII. Análisis terminable e interminable (1937) Ed. Amorrortu, 1980.
[5] Freud, S. Obras completas, Vol. XII.  Sobre la dinámica de la trasferencia (1912) Ed. Amorrortu, 1980.
[6] Lacan, J. El Seminario 1
[7] Nietzsche, F. El viajero y su sombra (1879). Fontana, 2013. Introducción.
[8] Heidegger, M.
[9] Macri, S. El inconsciente lacaniano en la sesión analítica: el discurso del inconsciente. Seminarios CEIP-extensión, (2010).
[10] Nietzsche, F. El viajero y su sombra (1879). Fontana, 2013.
[11] Gutiérrez Vera, D. La textura de lo social, Revista de Psicoanálisis y Cultura N° 16, 2002.
[12] Nietzsche, F. Así  habló Zaratustra. (De la superación de sí mismo)

1 comentario:

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